Sus argumentos de que quienes lo "atacan" están "siendo utilizados" por el poder, dan entre risa y vergüenza ajena...
Jorge Baradit: la apropiación del saber, el protagonismo de las elites y el ninguneo docente
Soplan vientos amables para el escritor Jorge Baradit. Su último libro, Historia secreta de Chile, lleva meses en los primeros lugares del ranking de ventas y sus lectores aguardan ansiosos la aparición de la segunda parte. El mismo autor se ha encargado de cultivar esa ansiedad publicando fotos de sus notas de investigación, que si no apuntan a garantizar la calidad del producto en preparación al menos sirven para reforzar la admiración de quienes desconocen los secretos que hoy desentierra. Puede que lo de las fotos sea un gesto menor o un guiño cómplice para los amigos en las redes sociales, comparado con la maciza campaña publicitaria dispuesta por la editorial. A punta de eslóganes conspirativos, el mercadeo ha proyectado un potente halo purificador sobre el verbo de Baradit. El más brillante de todos, por su inconformismo con lo que enseña la teoría social, anuncia que este libro narra “la biografía no autorizada de nuestro país”. Podríamos citar muchos otros, pero de menor arrojo. Desde luego que la ubicuidad del libro confirma la efectividad de la campaña, pero no es la mejor de las pruebas. Con Historia secreta de Chile ha sucedido lo que la mayoría de quienes escriben esperan: que aparezcan ediciones piratas y se transen en ferias, terminales de buses y cunetas. Eso, para los egos insaciables, vale tanto como los rankings de ventas y los cheques por derechos de autor.
De lo que no cabe duda es que se trata de un fenómeno editorial importante y diríamos extraño tratándose de un libro de historia. Aunque hablemos de un trabajo de divulgación, la venia del mercado tiende a ser esquiva con esta temática. Hay anomalías, no falta la excepción, pero esa parece ser la norma. Por lo mismo conviene mirar el fenómeno de cerca y explorar su anatomía. No para extraer la receta, sino para explicarlo evitando esos atajos y simplificaciones que iluminan poco y casi siempre hacen daño. Lo que sigue es un intento por analizar algunas aristas de este fenómeno, con particular énfasis en la estrategia con la que el autor ha presentado su obra. Sobre la marcha, revisa también la manera en que Baradit ha construido una imagen del libro y de sí mismo degradando el trabajo de quienes llevan décadas dedicados al estudio y la enseñanza de la historia y su didáctica.
En primer lugar conviene aclarar que esto no se trata de defender las prerrogativas gremiales de los historiadores sobre su oficio. Se ha dicho que la historia es un asunto demasiado serio como para dejarla en manos de los historiadores. Tampoco se trata de desacreditar a la historia de divulgación como género. Cuando esos libros están bien armados, ofrecen síntesis valiosas de largas investigaciones académicas que en otras condiciones jamás llegarían a nuevos públicos. Lo valioso es que desde ahí contribuyen a la circulación y difusión de conocimiento especializado que por lo general se financia con el erario común. Ahora, cuando además esos libros están bien escritos, combinan lo anterior con la transmisión de saberes que moldean un sentido crítico de la realidad. Eso es precisamente lo que no sucede con el trabajo de Baradit. Su narrativa –una pegatina de anécdotas desestructuradas– instala una visión de los acontecimientos que divorcia a los lectores de una interpretación compleja de la realidad. Los deja más solos y empobrecidos de lo que estaban antes de leer el libro. Eso se debe en parte a la manía del autor de querer ungirse como un nuevo profeta de la historia, uno que iluminará a los ignorantes administrando sabiamente el develamiento de sus “secretos”. Una lectura de este tipo trasunta un carácter seudo-crítico de la historia, uno que al basarse en la mentalidad de la conspiración reduce la complejidad del conflicto social a una cuestión de verdades ocultas o versiones parciales que los conspiradores quieren mantener lejos del vulgo y que el profeta-liberador se encarga de desclasificar. La lógica que subyace a Baradit desfavorece así la función crítica del conocimiento histórico, función que ha sido la inspiración del trabajo de investigadores, profesores y maestros que han formado parte de la profesionalización de la disciplina desde hace ya varias décadas.
Leer completo aquí: http://www.redseca.cl/?p=6298
reblogueado aquí, los autores volvieron a la carga, con el artículo "Mercado, divulgación e historiografía". Pero estas no han sido las únicas críticas a Baradit ungido como historiador de consumo. El diario "La Segunda" entrevistó a otros historiadores que le dan como bombo (María Soledad Zárate, Manuel Loyola, Joaquín Férnandez, Claudio Robles y Gabriel Cid), en su edición del 13 de julio pasado. También se puede ver el texto "Baradit y la chatarra histórica de consumo".
"Insistimos, por último, porque la forja del propio éxito no puede sustentarse enlodando el oficio de otros, ni siquiera cuando se trata de un pretencioso revelador de secretos o de un narrador piadoso encaramado en un evangelio fraterno y terapéutico."